Si se pensaba que recién el 28 de junio a medianoche iba a estallar la batalla por la construcción política y mediática de quién será el ganador de las elecciones, estamos en pleno desarrollo de las hostilidades. Revelaciones Carrió ya ha profetizado que el kirchnerismo perderá 25 bancas. El jurista Gustavo Bossert estampó durante la semana en La Nación el lema “Nunca más 1.788”, por la monarquía absoluta kirchnerista en la que también cree y amplifica Mirtha Legrand. Al dibujo de la pérdida de grandes distritos los voceros K oponen la larga serie de provincias que votarán oficialismo o algo similar. La mayoría de los consultores prevé una merma no de 25 pero sí de 10 a 12 escaños K.
Todo es susceptible de lecturas antagónicas y acá se proponen dos lecturas no necesariamente opuestas: todos ganan, todos pierden. Habrá quien proponga y concluya que el Gobierno se verá obligado a generar mayores niveles de consenso, lo que implicaría una ganancia para la institucionalidad. Pero dados los niveles pasmosos de fragmentación territorial y política que se reflejarán el 28 de junio, incluida la pobre implantación nacional de los espacios opositores, puede proyectarse un largo futuro de inestabilidad y nubarrones para la gobernabilidad de quien sea, antes y después del 2011.
Tras las elecciones de 2007, en las que obtuvo un 44% de los votos y 78 diputados nuevos, el Gobierno emergió súper fortalecido con una Cámara Baja en la que contaba con hasta 148 escaños y, mediante alianzas cambiantes, hasta un poder de fuego de 160 votos, sobre el total de 257 bancas. Lo que comenzó con el alejamiento de algunos de esos aliados y un goteo en la propia tropa terminó en la foto de los 129 diputados que votaron en favor de la resolución 125. En la actualidad la bancada kirchnerista cuenta con 115 voluntades, a las que supo sumar articulaciones distintas, incluyendo los legisladores fueguinos de origen ARI, que luego se autonomizaron. De acuerdo con el mapa original post-eleccionario, la Coalición Cívica se había convertido en primera minoría parlamentaria dejando atrás al radicalismo, que perdió unas cuantas bancas al igual que el el macrismo.
En el Senado, tras aquellas elecciones, el kichnerismo amplió su mayoría: de los 42 legisladores que tenía sumó otros cinco, contando radicales K y representantes de partidos provinciales.
Lo que viene. Nadie prevé transformaciones importantes en la composición del futuro Senado. Pero sí existe consenso de que en la Cámara Baja se producirán cambios de relevancia, donde de hecho el kirchnerismo –como suele reiterar el diputado santafesino Agustín Rossi– ya hace tiempo genera articulaciones con otros bloques (Aerolíneas, estatización de las Afjp, acuerdos parciales en el tema retenciones). Dependiendo de la puntería y el color de la consultora, hay quienes estiman que el número de diputados K pasará de 115 a 101, 103, 105. Mientras que la oposición ganará 20 nuevas voluntades (así lo pronostica entre otros el portal de Nueva Mayoría). Conviene adelantar que una cosa es el titular (o la infografía imponente) en que el sustantivo oposición se traduce como “masa compacta de voluntades con un mismo voto/proyecto” y otra cosa son los niveles de fragmentación en las internas multiplicadas en ese espacio, tanto en los partidos como en las geografías.
Aún con las pérdidas que sufrió, hoy el kirchnerismo sigue consiguiendo el quórum propio mediante la articulación con otros bloques (poco más de 20 votos entre peronistas no kirchneristas, el SÍ, socialistas, provinciales y otros). Como se prevé que también esos minibloques perderán alguna representación, al oficialismo le costará obtener la mayoría absoluta.
La batalla bonaerense. Aún cuando alguna encuesta indica que en la provincia de Buenos Aires la fórmula Kirchner-Scioli podrá sacarle un máximo de diez puntos a la segunda fuerza, el oficialismo corre el riesgo de perder hasta media docena de diputados, lo que implica llevar a la Cámara Baja 15 de los 35 escaños en juego.
El consultor Ricardo Rouvier sostiene que en provincia el Frente por la Victoria aventaja por nueve puntos al PRO peronismo con estas cifras: 38% para el FPV, 29% De Narváez, 22% para el Acuerdo Cívico y Social. La consultora Equis, de Artemio López, adjudica 34 puntos a la fórmula K, y Analogías, de Analía del Franco, proyectando votos negativos e indecisos habla de un 36,4%.
En el Senado. Pese a algunos vaticinios improbables, y descontando ya a reutemanistas o antiguos menemistas que formaron parte del bloque original, el oficialismo no corre riesgo de perder la mayoría. Las encuestas indican la posibilidad de cambio de signo político de un senador por Mendoza y de otro por Córdoba.
La dispersión opositora. Las reyertas del trinomio De Narváez-Macri-Solá o la última operación en la interna bonaerense del Acuerdo Cívico y Social para quitarse de encima por vía judicial las colectoras del cobismo son apenas epifenómenos o anticipos de los crujidos del espacio opositor.
El Acuerdo Cívico pone en juego 24 de 62 bancas que conforman esta alianza electoral: 24 radicales, 18 lilistas, 10 socialistas, nueve cobistas y una ex kirchnerista. Algún día, Dios dirá, podría sumarse Luis Juez, aún cuando se haya peleado a muerte con los radicales de su provincia.
Se supone que en el paquete mediático la oposición entra también el PRO peronismo, siendo que la estrategia de diferenciación del panradicalismo sostiene que De Narváez-Macri-duhaldismo conforman una parte de la abominable interna peronista. El actual bloque PRO peronista está compuesto por una veintena de legisladores (los hay de Macri, Solá, De Narváez y otros). Tras las elecciones, ese total, la futura tercera minoría, será a lo sumo de 25 diputados, algo así como uno de cada diez del total.
En ese “uno de cada diez” puede leerse tanto la hiperrepresentación mediática de los espacios opositores como la fragmentación política presente y futura del Congreso y del país. Si no alcanza, puede que el mapa que se publica en estas páginas sea más elocuente. La idea de fragmentación es susceptible de trasladarse también al interior del kirchnerismo y a sus representaciones provinciales, allí donde mandan gobernadores variados.
En definición de Ricardo Rouvier “cada uno de los ‘pedazos’ de la política conlleva internamente un conflicto. El kichnerismo discutirá sobre el rol del Gobierno a partir del 29 y la confirmación de Néstor Kirchner como precandidato al 2011, o en su defecto Daniel Scioli. El Acuerdo Cívico y Social tendrá el problema de que tiene a tres precandidatos a presidente: Binner, Cobos y Carrió. Y el peronismo disidente tendrá a Reutemann en su alianza con el PJ cordobés y entrerriano, más Solá y Macri por el PRO peronismo porteño y bonaerense”.
La fragmentación, dice también el consultor, pone en estado de veremos “cualquier intento presidencial que pretenda alguna posibilidad de éxito. Por ahora, veo el 2011 como el 2003, con una interna peronista que se resuelve en la elección general”.
Antes de que la idea de monarquía absoluta puesta en juego por Legrand, Bossert y otros que hacen chistes graciosísimos sobre la reina Cristina, el mapa político de la Argentina futura remite más bien al siglo XIX de los caudillos. Ese imaginario ya asomó en tiempos del 2002, con el peronismo convertido en dificultosa federación. El ciclo de Néstor Kirchner permitió darle una cierta unidad, dirección y proyecto a ese mapa de los fragmentos. El de Cristina, aunque se hable de monarquía, incluyó más debate parlamentario y apenas cinco decretos de Necesidad y Urgencia. Lo que viene será distinto, muy movido. Tal como indica el mapa, será un futuro lleno de color.
1 comentario:
Me parece que en San Miguel no ganan con Joaquin.
Publicar un comentario